De entre las entradas marítimas en crucero hacia una ciudad, la de Kotor es posiblemente la más impresionante de cuantas yo he surcado. Para acceder a la bella capital montenegrina, declarada merecidamente Patrimonio de la Humanidad, hay que recorrer una impresionante y a la vez serena bahía que se introduce más de veinte kilómetros en la tierra. Muy cerca de nuestro destino, frente al pueblo de Perast, que desde el barco se vislumbra muy bonito con su famoso campanile, se pueden ver dos curiosos islotes: uno natural, Sveti Dorde (San Jorge), con un monasterio benedictino del siglo XII; y otro artificial, Gospa od Skrpjela (Nuestra Señora de la Roca), en el que se encuentra una iglesia del siglo XVII.
Cuando
arribamos a Kotor, la mayoría de los cruceros, sobre todo los de mayor tamaño, se ven obligados a fondear frente al pequeño
puerto, realizando el desplazamiento en tenders para llegar cómodamente al muelle.
EXCURSIONES OFICIALES. La oferta común son las panorámicas de Montenegro, paseo por Kotor incluyendo en algunos casos la opción del Tuk Tuk o Perast.
Una
vez traspasada ésta, nos encontramos con la amplia Plaza de Armas (Trg od
Oruzja), en donde podemos contemplar el Palacio Ducal (siglo XVIII), el Teatro
Francés (siglo XIX), el Arsenal (siglo XV) y la Torre del Reloj (1602), que es una
de las construcciones emblemáticas de la localidad.
Después
de un breve paseo, accedemos a la catedral gótica dedicada a San Trifón, patrono
de Kotor, que está situada en la plaza del mismo nombre. Erigida en el siglo
XII, se trata de otro de los edificios representativos de la ciudad. La bella
arquitectura del templo y su serena luminosidad, fueron complementadas con los
armoniosos acordes que, en aquellos momentos, una monja interpretaba en un
armonio, cautivando mi mente con unos momentos francamente inolvidables.
A
dos pasos se ubica el Museo Marítimo, ubicado en el Palacio Grgurina (siglo
XVIII), una mansión barroca que alberga una completa colección de modelos de
barcos, objetos diversos y obras de arte concernientes a la historia náutica de
los habitantes del lugar. Es interesante y además se puede visitar en un corto
periodo de tiempo.
De
entre los muchos templos que jalonan las calles de Kotor, no hay que perderse la
iglesia de San Lucas (siglo XII), que mezcla los estilos románico y bizantino,
poseyendo en su interior un sobrio iconostasio del siglo XVII y dos altares, el
uno ortodoxo y el otro católico; la neobizantina de San Nicolás (siglo XX), que
nos recibe con una enorme bandera de la iglesia ortodoxa serbia en la fachada; y
la románica de Santa María (siglo XIII), con un campanario añadido en el siglo
XVIII, que se encontraba cerrada.
Si
no fuera por su antigüedad, podría pensarse que Kotor es una ciudad recientemente
diseñada para el turismo. Pasear
tranquilamente por las calles e irnos encontrando con bonitos palacios edificados
en el periodo de dominación veneciana (siglos XV al XVIII), constituye un
mágico y agradable aliciente.
Aconsejo
salir por la Puerta del Río para, desde el puente, echar simplemente un vistazo
a las potentes murallas y bastiones que, en otros tiempos, defendían el norte
de la ciudad.
Una característica relevante de la bella capital del Adriático es que por todos lados nos encontramos con numerosos gatos, que lucen preciosos, saludables y bien alimentados. Algunos de ellos portan al cuello pañuelos amarillos con el nombre de la ciudad. Son muy cariñosos y se dejan acariciar por los turistas cuando se tumban a sus pies en las terrazas. En las tiendas se pueden comprar muchos souvenirs con la figura de estos simpáticos felinos. Por cierto, en Kotor existe un curioso Museo del Gato que fue inaugurado en 2013 y que no tuve oportunidad de visitar.
Caminando por Kotor se pueden hacer las más variadas compras en las incontables tiendas de moda y artesanía local, que vemos por calles y plazas.
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